sábado, 6 de agosto de 2011

Israel Vs La Iglesia “Las promesas”


Efesios 3
1. Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles;
2. si es que habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros;
3. que por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente,
4. leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo,
5. misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu:
6. que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio,
7. del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder.
8. A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo,
9. y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas;
10. para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales,

Quiero enfocarme en la Promesas de Dios para Israel.
Las básicas
Desde donde se derivan las demás.
Algunos dicen que no se debe aplicar las promesas de Israel para la iglesia.
En cierto sentido tienen razón… en otro no.

Israel el Israel, la Iglesia es la Iglesia.

Sin embargo, tenemos claro que podemos encontrer un gran paralelismo en ambos pueblos.

Lo comprobamos con las cartas a las 7 iglesias en Apocalipsis

Efeso: Al vencedor se le promete que comerá del árbol de la vida que crece en medio del paraíso, o huerto de Dios. ¿Dónde está ese paraíso? Está en el tercer ciclo.
La Biblia presenta un solo árbol de la vida. Lo menciona seis veces; tres en Génesis, y otras tres en el Apocalipsis; pero cada vez el nombre va acompañado del artículo definido "el." Es el árbol de la vida en el primer libro de la Biblia, el árbol de la vida en el último; el árbol de la vida en el "Paraíso" (término usado por "huerto" en la traducción griega de Génesis), en el Edén en el principio, el árbol de la vida en el Paraíso celestial del cual habla ahora Juan. Si hay solamente un árbol, y estaba al principio en la tierra, se puede preguntar cómo es que ahora está en el cielo.

Esmirna: "No recibirá daño de la muerte segunda."

Pergamo: Al vencedor se le promete que comerá del maná oculto, y recibirá la aprobación de su Señor en forma de una piedra blanca, en la cual habrá un nombre nuevo y precioso. La mayoría de los comentadores aplican el maná, la piedra blanca y el nombre nuevo, a las bendiciones espirituales que se pueden disfrutar en esta vida; pero como todas las demás promesas hechas al vencedor, éstas se refieren indudablemente al futuro y se cumplirán cuando llegue el tiempo en que los santos serán recompensados. Las siguientes explicaciones son de las más acertadas:

"Los comentadores suponen en general que esto se refiere a la antigua costumbre judicial de dejar caer una piedra negra en una urna cuando se quería expresar condenación, o una piedra blanca cuando se indultaba al prisionero. Pero éste es un acto tan distinto del descrito en el pasaje que consideramos: Le daré una piedrecita blanca,' que nos sentimos dispuestos a concordar con aquellos que piensan que se refiere más bien a una costumbre muy diferente, y no desconocida para quien haya leído los clásicos, que concuerda en forma bella y muy apropiada con el caso que tenemos delante. En tiempos primitivos, cuando resultaba difícil viajar por falta de lugares de hospedaje público, la hospitalidad era ejercida mayormente por particulares. Encontramos frecuentes rastros de ello en toda la historia, y más que en cualquier otra parte en el Antiguo Testamento. Entre las personas que eran objeto de esa hospitalidad y las que la practicaban, se trababan con frecuencia relaciones de profunda amistad y consideración mutua; y llegó a ser una costumbre bien establecida entre los griegos y los romanos facilitar a los huéspedes alguna marca particular, que se transmitía de padres a hijos y aseguraba la hospitalidad y el buen trato cuandoquiera que se la presentaba. Esta marca era generalmente una piedrecita blanca, cortada por el medio, sobre cuyas mitades el dueño de casa y su huésped escribían mutuamente sus nombres, para después intercambiarlas. La presentación de esta piedra bastaba para asegurar amistad para ellos y sus descendientes cuandoquiera que volvieran a viajar por la misma región, aunque es evidente que estas piedras tenían que guardarse privadamente, y ocultarse con cuidado los nombres escritos en ellas, no fuese que otras personas obtuviesen los privilegios en vez de aquellas a quienes estaban destinados.
"Cuán natural es, pues, la alusión a esta costumbre en las palabras: Le daré a comer del maná escondido;' y habiéndolo hecho, habiéndole hecho participar de mi hospitalidad, habiéndole reconocido como mi huésped, mi amigo, le regalaré la 'piedrecita blanca, y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.' Le daré una garantía de mi amistad, sagrada e inviolable, que él solo conocerá."11
Acerca del nuevo nombre, Juan Wesley dice muy apropiadamente: "Jacob, después de su victoria, ganó el nuevo nombre de Israel. ¿Quieres tú saber cual será tu nuevo nombre? Es muy fácil: Vence. Mientras no hayas vencido, serán vanas todas tus averiguaciones. Entonces lo leerás en la piedra blanca." 12

Tiatira: "Hasta el fin." Esto debe referirse al fin de la era cristiana. "El que perseverare hasta el fin–dijo Cristo,–éste será salvo." (Mateo 24:13.) ¿No encontramos aquí una promesa parecida para los que hacen las obras de Cristo, observan las cosas que él ordenó y guardan la fe de Jesús? (Apocalipsis 14:12.)

Sardis: "Andarán conmigo en vestiduras blancas." El Señor no pasa por alto a sus hijos en ningún lugar, por pocos que sean. Cristiano solitario, que no puedes tener comunión con otros de la misma fe preciosa, ¿te parece a veces que las huestes de los incrédulos te han de absorber? El Señor no se ha olvidado de ti. La multitud de los impíos que te rodea no puede ser tan grande que te oculte de su visión. Si te mantienes sin mancha del mal que te rodea, la promesa es segura. Obtendrás la vestidura blanca del vencedor. Andarás con tu Señor en gloria. "Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes vivas de aguas: y Dios limpiará toda lágrima de los ojos de ellos." (Apocalipsis 7:17.)

Filadelfia: El vencedor ha de ser una columna en el templo de Dios, y no saldrá más. El templo debe representar aquí a la iglesia, y la promesa de ser hecho columna en él es la promesa de un lugar de honor, permanencia y seguridad en la iglesia, representada como un edificio celestial. Cuando llegue el momento de cumplirse esta parte de la promesa, habrá terminado el tiempo de gracia, y el vencedor estará plenamente establecido en la verdad y sellado. "Y nunca más saldrá fuera," es decir, ya no habrá peligro de que caiga. Pertenecerá al Señor para siempre, y su salvación estará asegurada para siempre.
Se puede decir que desde el momento en que los cristianos venzan y sean sellados para el cielo, estarán rotulados como pertenecientes a Dios y a Cristo, y llevarán la dirección de su destino: la nueva Jerusalén. Han de llevar escrito sobre sí, el nombre de Dios, a quien pertenecen; y el nombre de la nueva Jerusalén, no la vieja Jerusalén que algunos buscan en vano. También llevarán sobre sí el nuevo nombre de Cristo, por cuya autoridad han de recibir la vida eterna, y entrar en el reino. Así sellados y rotulados, los santos de Dios estarán seguros. Ningún enemigo podrá impedirles que lleguen a su destino, el glorioso puerto de descanso, la Nueva Jerusalén celestial.
Laodicea: "Entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo." ¡Cuán enérgica y conmovedora es la figura! ¡Un amigo participa con otro de una comida alegre y sociable! Los dos espíritus sostienen una conversación libre e íntima. ¡Qué festín debe ser tener al Rey de gloria como huésped! [No es una unión común, ni una bendición ordinaria o un privilegio usual lo que denota este lenguaje! ¿Quién puede permanecer indiferente frente a tan tierna súplica y tan misericordiosa promesa?
Ni siquiera se nos pide que pongamos la mesa para ese Huésped exaltado. De esto se encarga él mismo, no con el alimento grosero de la tierra, sino con viandas de su propio alfolí celestial. Nos ofrece gustos anticipados de la gloria que pronto revelará. Nos da arras de nuestra herencia futura, que es incorruptible, incontaminada e inmarcesible. En verdad, cuando cumplamos las condiciones y recibamos esta promesa, experimentaremos el nacimiento del lucero de la mañana en nuestros corazones, y contemplaremos el alba de una gloriosa mañana para la iglesia de Dios.
El Señor hace la promesa de cenar con sus discípulos antes de expresar la promesa final al vencedor. Esto demuestra que las bendiciones incluídas en esa promesa se han de disfrutar durante el tiempo de gracia y prueba. Ahora se añade a todas las demás promesas ésta dirigida al vencedor: "Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono." Con esto culminan las promesas del Señor. Después de haber sido al principio rebelde, luego caído, degradado y contaminado, el hombre es reconciliado con Dios por la obra del Redentor. Es purificado de sus contaminaciones, redimido de la caída, hecho inmortal y finalmente elevado a un sitio sobre el trono de su Salvador. No pueden ir más lejos los honores ni la exaltación. Las mentes humanas no pueden concebir ese estado, ni puede describirlo su lenguaje. Tan sólo podemos seguir trabajando hasta que, si vencemos, sepamos lo que es.


¿cuáles son esas promesas para Israel?

Pues están derivadas de aquellas hechas al “Padre Abraham” en Génesis 12:1-3.

1. Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. 2. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás  bendición. 3. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.

Para resumirlos, son básicamente las promesas de un pueblo, una tierra y una bendición.

Un Pueblo

2 Pedro
2:1 Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.

Apocalipsis
21:1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.
21:2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.
21:3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
21:4 Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
21:5 Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.

1 Pedro 2:9 Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable;  2:10 vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.

Una Tierra
2 Pedro 3:13: Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y TIERRA nueva, en los cuales mora la justicia.

La clave esta en creerlas
La bendición esta en practicar lo que Dios espres de nosotros al prometerlas.
Terminamos poniendo el ejemplo de Israel:
Salmos 81
8. Oye, pueblo mío, y te amonestaré. Israel, si me oyeres, 9. No habrá en ti dios ajeno, Ni te inclinarás a dios extraño. 10. Yo soy Jehová tu Dios, Que te hice subir de la tierra de Egipto; Abre tu boca, y yo la llenaré.

11. Pero mi pueblo no oyó mi voz, E Israel no me quiso a mí. 12. Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón; Caminaron en sus propios consejos.

13. ¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, Si en mis caminos hubiera andado Israel!

14. En un momento habría yo derribado a sus enemigos, Y vuelto mi mano contra sus adversarios.
15. Los que aborrecen a Jehová se le habrían sometido, Y el tiempo de ellos sería para siempre.
16. Les sustentaría Dios con lo mejor del trigo,  Y con miel de la peña les saciaría.



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